Pies. Bonitos, feos, cuidados. Escondidos bajo la capa del calcetín y el zapato aún, sin decidirse a salir a respirar el casi llegado verano. O frescos, liberados en sus sandalias, con las uñas divertidas, de colores variados, o sobrias y discretas. Con pulseras y sortijas, o desnudos de oropel.
Pies rápidos, lentos, sobre ruedas o asistidos por bastones. Pies acompañados por otros pies, o solitarios.
Pies que caminan sobre la superficie de la Tierra en pos de sus sueños, algunos ya lo encontraron, otros siguen buscando. Otros han cambiado de rumbo porque sus sueños también lo han hecho.
Qué importantes son nuestros pies. Y qué poco los tenemos en cuenta, o los cuidamos. Los encerramos en tacones de vértigo o formas imposibles. Y qué contentos se ponen cuando andamos descalzos por la casa o por el campo por la hierba fresca. O por el mar que lame dulcemente la arena de la playa y de paso nuestros cansados, o infatigables pies.
Pies rápidos, lentos, sobre ruedas o asistidos por bastones. Pies acompañados por otros pies, o solitarios.
Pies que caminan sobre la superficie de la Tierra en pos de sus sueños, algunos ya lo encontraron, otros siguen buscando. Otros han cambiado de rumbo porque sus sueños también lo han hecho.
Qué importantes son nuestros pies. Y qué poco los tenemos en cuenta, o los cuidamos. Los encerramos en tacones de vértigo o formas imposibles. Y qué contentos se ponen cuando andamos descalzos por la casa o por el campo por la hierba fresca. O por el mar que lame dulcemente la arena de la playa y de paso nuestros cansados, o infatigables pies.
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