martes, 8 de octubre de 2013

Punto de inflexión.

Hablamos siempre de perseguir sueños, de luchar por metas. De seguir las sensaciones, el instinto.
   Y cuando estamos casi a punto de lograr lo que deseamos integrar en nuestra vida, ¡zas! Nos morimos de miedo. Entonces, es cuando llega el punto de inflexión: O dejamos que el miedo invada todo como una plaga destructora que eche todo a perder, o lo reconocemos, lo abrazamos, y lo dejamos marchar para dar paso realmente a lo que nuestro corazón reconoce como suyo.
   ¡Sí! Somos humanos. El miedo está ahí acechando en cada esquina. En cada momento decisivo. Pero el miedo paraliza. Nos roba los sueños. Nos roba la magia. Y nos separa de nuestro corazón. Y no nos deja hablar con él en esos instantes en que no sabemos por qué camino tirar.
   Porque además, el miedo tiene un aliado muy fuerte: la mente. Los pensamientos se suceden rápidos y cada vez más grandes, como una bola de nieve cayendo por una ladera. Vale, es difícil callarlos, y más si seguimos la corriente de estos tiempos llenos de cambios en los que la energía vieja y obsoleta se empeña en resistirse a marchar.
   Yo te entiendo. Pero párate a pensar un segundo: ¿merece la pena quedarse a un milímetro de hacer realidad lo que siempre has soñado? ¿merece la pena rendirse? ¿de verdad que algún día miraremos hacia atrás con tristeza sintiendo que podíamos haber sido felices en toda faceta de la vida y elegimos ser abducidos por el monstruo del miedo?
   Yo también tengo miedo. Yo también tengo momentos malos en que los pensamientos negativos me miran fijamente. Pero me recojo en el corazón. Me planto en el presente, en el aquí y ahora y disfruto de los pequeños detalles que me ofrece la vida a cada paso que me llegan a través de cada sentido, de cada poro de mi piel. Si no fuera por eso, el pasado que ya no existe se repetiría hasta el aburrimiento. Si no fuera por eso, pensaría: ¡bah!me lo he estado imaginando todo y en realidad la magia no existe.
   Precisamente mis peores momentos han sido cuando no escuché a mi corazón. Que se quedaba triste mirándome entrar por la senda oscura de la tristeza y las malas experiencias y dispuesto a abrazarme y darme consuelo.
   Pero en ese punto de inflexión un buen día te paras y te preguntas si no vale la pena de una buena vez vivir lo que ya te pone una sonrisa en la cara, los pelos de punta, y mariposas en el estómago.
   ¡Adelante, ánimo! ¡vamos a vivir!

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