miércoles, 12 de mayo de 2010

La memoria interior.

Hace poco emitieron en la 2 la película "Las Trece Rosas". Tuve unos cuantos días desde que lo supe para pensarme bien si la veía o no. Cayetana Guillén Cuervo decía en la presentación previa que íbamos a sentir muchas emociones, sobre todo, íbamos a llorar mucho, y yo no sabía si ese sábado de relax me iba a apetecer llorar con el corazón.
   Llorar, no sólo por el relato de la vida de estas 13 jóvenes, entonces conocidas como "las Menores", y sus otras compañeras, que sufrieron una muerte inútil e injusta, sino también por el recuerdo de una persona que llenó mis días de infancia y que sifrió parecido tormento: mi abuelo Luciano.
   Allá por aquellos años que todos sabemos, España se empezó a partir en dos, y se terminó de desgajar cuando los "perdedores" de cierto color, entraron en prisión con cargos tan absurdos como "pistolero por las esquinas", como decían a mi abuelo en los papeles.
   Después de 7 años de encierro y 2 condenas a muerte, el trabajo de albañil, y una oportunidad de trabajar y vivir de nuevo junto a su familia, gracias a la ayuda de buena gente que da oportunidades sin mirar a quién.
   Mi madre dice que aún le pesan aquellos primeros años de niñez sin poder estar con su padre, de recordar a mi abuela andando kilómetros con un paquete de comida a cuestas, que mi abuelo repartía a todos sus compañeros que no recibían nada.
    Y yo, además de todas aquellas historias que llegan tan hondo, porque son de la sangre de una, aún recuerdo la hebilla de cinturón marcada en el hombro de mi abuelo como un tatuaje.
¿Y aún piensan que la memoria se debe disolver cuando todavía quedan marcas?
Recordar para cambiar, transformar todo en Amor, y honrar a los hombres y mujeres que nos precedieron.

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