Seguro que la noticia o acontecimiento más impactante de estos últimos meses, incluso años, ha sido el accidente con final feliz de la mina de Copiapó, en pleno desierto de Atacama (Chile).
No soy la única persona que ha comparado el espectacular rescate de los 33 mineros como un parto de la Madre Tierra. Entre ellas, está una hermana de los rescatados.
Pienso que todos los acontecimientos de nuestra vida, cercanos o no, sirven a un propósito mayor, individual o colectivamente: en estos tiempos de cambios en los que el abismo entre seres que buscan cambiar, mejorar, buscar la Luz en sus vidas, el Amor, y los que deciden no hacerlo, navegar entre el miedo, la comodidad, la oscuridad, y todo lo que esto conlleva, estoy segura que este acontecimiento no ha dejado a nadie indiferente.
A los que vivimos cada día viviendo con ilusión de que la conciencia de un mundo mejor llegue cada vez a más gente, nos ha parecido un acontecimiento milagroso, mágico, en el que muchos seres humanos se han unido olvidándose de rencillas, transacciones económicas, deudas, etc. Un suceso con final feliz, porque tenía que ocurrir así, pero debía terminar bien, para que al menos, reflexionemos sobre ello, para que nos reconciliemos con nosotros mismos, que intentemos hacer un mundo mejor, que nos miremos unos a otros con otros ojos, al menos que nos miremos, sin más, con conciencia de que compartimos esta vida, y que, por ello, debemos respetarnos más unos a otros. Sin teorías, en la práctica. Veámonos más conscientemente unos a otros como vecinos de Tierra, como compañeros que comparten un espacio bello y cada vez mejor.
La Madre nos ha enviado un mensaje con sus 33 hijos.
No lo estropeemos con opiniones superficiales y banales que ni siquiera entendemos, usemos la conciencia, los sentimientos, el instinto.
Creo que cuantos más estemos implicados en esto, antes llegaremos a tener un mundo mejor...
Un abrazo a todos.
Un lugar seguro donde expresar y compartir lo que siento y mis energías con vosotros, en Amor y Luz.
domingo, 17 de octubre de 2010
domingo, 3 de octubre de 2010
Me doy permiso...
Hola a tod@s:
Creo que para celebrar la llegada del otoño, en este domingo lluvioso, es compartir con vosotros un texto de Joaquín Argente ( a quien no tengo el gusto de conocer, pero que seguro que es un ser estupendo, por lo que escribe). Su título es el que he dado a este post.
El otoño para los seres humanos es igual que para toda la Naturaleza, ya que también formamos parte de ella, aunque a veces no nos demos cuenta. Es tiempo de recoger la cosecha, de recogida interior, de recapacitar, y sobre todo, de querernos un poco (o un mucho) más a nosotros mismos. Conocernos, aceptarnos y mostrarnos respeto de dentro a fuera. Así los demás nos respetarán, y nosotros también aprenderemos a respetar, conocer y querer a los demás como son. Parecen palabras repetidas, pero lo digo desde el interior de mí. Creo que es momento de hacerlo, lo necesitamos. Nosotros, nuestro hogar (La Tierra), y toda la Vida. Bien, antes de ponerme más trascendente, os dejo el texto que os dije al principio. Feliz Otoño.
Me doy permiso para...
Me doy permiso para separarme de personas que me traten con brusquedad, presiones o violencia,
de las que me ignoran, me niegan un beso, un abrazo...
No acepto ni la brusquedad ni mucho menos la violencia aunque vengan de mis padres o de mi marido, o mujer.
Ni de mis hijos, ni de mi jefe, ni de nadie.
Las personas bruscas o violentas quedan ya, desde este mismo momento fuera de mi vida.
Soy un ser humano que trata con consideración y respeto a los demás. Merezco también consideración y respeto.
Me doy permiso para no obligarme a ser “el alma de la fiesta”, el que pone el entusiasmo en las situaciones, ni ser la persona que pone el calor humano en el hogar, la que está dispuesta al diálogo para resolver conflictos cuando los demás ni siquiera lo intentan.
No he nacido para entretener y dar energía a los demás a costa de agotarme yo: no he nacido para estimularles con tal de que continúen a mi lado.
Mi propia existencia, mi ser; ya es valioso.
Si quieren continuar a mi lado deben aprender a valorarme.
Mi presencia ya es suficiente: no he de agotarme haciendo más.
Me doy permiso para no tolerar exigencias desproporcionadas en el trabajo.
No voy a cargar con responsabilidades que corresponden a otros y que tienen tendencia a desentenderse.
Si las exigencias de mis superiores son desproporcionadas hablaré con ellos clara y serenamente.
Me doy permiso para no hundirme las espaldas con cargas ajenas
Me doy permiso para dejar que se desvanezcan los miedos que me infundieron mis padres y las personas que me educaron. El mundo no es sólo hostilidad, engaño o agresión: hay también mucha belleza y alegría inexplorada.
Decido abandonar los miedos conocidos y me arriesgo a explorar las aventuras por conocer.
Más vale lo bueno que ya he ido conociendo y lo mejor que aún está por conocer. Voy a explorar sin angustia.
Me doy permiso para no agotarme intentando ser una persona excelente.
No soy perfecto, nadie es perfecto y la perfección es opresora.
Me permito rechazar las ideas que me inculcaron en la infancia intentando que me amoldara a los esquemas ajenos, intentando obligarme a ser perfecto: un hombre sin fisuras, rígidamente irreprochable. Es decir: inhumano.
Asumo plenamente mi derecho a defenderme, a rechazar la hostilidad ajena, a no ser tan correcto como quieren; y asumo mi derecho
a ponerles límites y barreras a algunas personas sin sentirme culpable.
No he nacido para ser la víctima de nadie.
Me doy permiso para no estar esperando alabanzas, manifestaciones de ternura o la valoración de los otros.
Me permito no sufrir angustia esperando una llamada de teléfono, una palabra amable o un gesto de consideración. Me afirmo como una persona no adicta a la angustia.
Soy yo quien me valoro, me acepto y me aprecio No espero a que vengan esas consideraciones desde el exterior.
Y no espero encerrado o recluido ni en casa, ni en un pequeño círculo de personas de las que depender.
Al contrario de lo que me enseñaron en la infancia, la vida es una experiencia de abundancia.
Empiezo por reconocer mis valores, Y el resto vendrá solo. No espero de fuera.
Me doy permiso para no estar al día en muchas cuestiones de la vida:
no necesito tanta información, tanto programa de ordenador, tanta película de cine, tanto periódico, tanto libro, tantas músicas.
Decido no intentar absorber el exceso de información. Me permito no querer saberlo todo. Me permito no aparentar que estoy al día en todo, o en casi todo.
Y me doy permiso para saborear las cosas de la vida que mi cuerpo y mi mente pueden asimilar con un ritmo tranquilo.
Decido profundizar en todo cuanto ya tengo y soy. Con lo que soy es más que suficiente. Y aún sobra.
Me doy permiso para ser inmune a los elogios o alabanzas desmesurados:
las personas que se exceden en consideración resultan abrumadoras. Y dan tanto porque quieren recibir mucho más a cambio.
Prefiero las relaciones menos densas.
Me permito un vivir con levedad, sin cargas ni demandas excesivas. No entro en su juego.
Me doy el permiso más importante de todos: el de ser auténtico. No me impongo soportar situaciones y convenciones sociales que agotan, que me disgustan o que no deseo. No me esfuerzo por complacer.
Si intentan presionarme para que haga lo que mi cuerpo y mi mente no quieren hacer, me afirmo tranquila y firmemente diciendo que no. Es sencillo y liberador acostumbrarse a decir “no”.
Me doy el permiso más importante de todos: el de ser auténtico. No me impongo soportar situaciones y convenciones sociales que agotan, que me disgustan o que no deseo. No me esfuerzo por complacer.
Elijo lo que me da salud y vitalidad. Me hago más fuerte y más sereno cuando mis decisiones las expreso como forma de decir lo que yo quiero o no quiero, y no como forma de despreciar las elecciones de otros. No me justificaré: si estoy alegre, lo estoy; si estoy menos alegre, lo estoy; si un día señalado del calendario es socialmente obligatorio sentirse feliz, yo estaré como estaré.
Me permito estar tal como me sienta bien conmigo mismo y no como me ordenan las costumbres y los que me rodean:
lo “normal” y lo “anormal” en mis estados emocionales lo establezco yo.
Joaquín Argente.
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